Heredad de la Añoreta: olivos centenarios hunden sus raíces en estas tierras de plata para extraer la herencia de los pueblos que la habitaron.
Acometemos la segunda parte de aquel intento de dar a conocer el mundo del olivar.
Para quienes no nos hayan leído anteriormente, me llamo Lina y tengo olivas (para los jiennenses el olivo casi no se nombra, los llamamos olivas). Junto con mi hermano Antonio nos embarcamos hace unos años en la aventura de tener una modesta marca de AOVE y nos zambullimos en el mundo del olivar y del Oleoturismo.
Echando la vista atrás, recuerdas tu infancia y tu adolescencia influida de manera natural y casi sin darte cuenta, por lo que significa la Cultura del Olivo; momentos ligados a las diferentes labores que se suceden a lo largo del año, culminadas por la recogida del fruto («la aceituna», así se llama esta campaña). Todo jiennense que se precie tiene sus cosas preparadas para cuando llega diciembre, porque es la época de la aceituna, lo que vendría a ser la vendimia para nuestros vecinos manchegos.
Jaén se mueve al ritmo del olivar; los ingresos de mucha gente, los trabajos casi siempre eventuales, condonar préstamos bancarios, la compra de algún bien costoso, cualquier gasto importante se venía fiando a la aceituna. Eso que era natural en tu niñez, que veías hacer a tu familia y a tus conocidos, lo que condicionaba la vida hasta impregnarte del todo, sin que te dieras cuenta… de eso, finalmente y sin saberlo acabas formando parte.
A eso llamo yo Cultura del Olivar, y tiene por supuesto derivaciones en la dieta, la salud, la economía, el paisaje, el imaginario colectivo, el folclore, las costumbres, la búsqueda de acuíferos y apertura de pozos como si no hubiera un mañana, esa continua queja por la falta de lluvia, el concepto de riqueza, el estatus social, la ropa que nunca se desecha ( «déjate esos pantalones para ir a la aceituna, no los tires»), hasta incluso la época en la que los jiennenses se toman vacaciones ( siempre dejan unos días para ir a la aceituna).
Y de repente, te ves con cuarenta y muchos años, con un olivar que tus ancestros te han hecho llegar y ahora está en tus manos, que tienes que gestionarlo a la vez que lo compatibilizas con tu otro trabajo, ese que tú realmente elegiste. (¿Por qué no habré prestado yo más atención a esto antes?, ayyyyyy…) Tu madre, que desde que murió tu padre se siente perdida, no confía en ti en lo más mínimo, lo ves en su mirada aterrorizada. Porque eres UNA MUJER, claro, y cómo vas a saber tú de esto, hija mía…
De esta forma me vi inmersa en un negocio que me era casi ajeno, en parte porque me fui a estudiar fuera y se suponía que yo estaba «exenta», y en parte porque en su momento no me interesé lo suficiente. Lo he lamentado muchas veces. Porque realmente lo que me movió a meterme de lleno en esto, fue el reto personal de ser una mujer en un mundo tradicionalmente masculino UNA VEZ MÁS. El reto de entrar en una reunión de la Cooperativa y que todo el mundo te mire con incredulidad, aguantar el tipo hasta que se acostumbran a verte entre ellos y asumen todos que no vas a tirar la toalla.
Y lo estimulante de cambiar, modernizar, darle otro aire, buscar un valor añadido más allá de kilos y kilos de aceituna llevados a una cooperativa sin atender a la calidad y mezclada con la aceituna de no se sabe quién. Buscar la identidad propia, un AOVE nuestro, del que sabemos todo porque hemos cuidado nuestros árboles y nuestro fruto hasta el mismo momento de la recogida. ¿Es más caro producirlo? Si, por supuesto. Pero merece la pena.
Hoy por hoy, mi hermano Antonio (al que convencí no sé cómo) y yo nos hemos implicado en producir un AOVE Premium, de aceituna verde recogida en octubre, rico en polifenoles y oleocantal, con unas cualidades organolépticas que hasta a nosotros nos asombran, un picual monovarietal de alta calidad, procedente de un olivar respetuoso con su entorno. E igualmente queremos dar a conocer este mundo apasionante organizando catas y participando en actividades relacionadas con el oleoturismo, en un intento de explotar el valor añadido de nuestras fincas; un valor que viene dado por su historia, por la longevidad de nuestros árboles, por la belleza de sus troncos retorcidos, por su importancia cultural y patrimonial, por la vida que bulle en estos trozos de tierra que para nosotros son la herencia de quienes nos querían mucho.
En la próxima entrega, si queréis, hablaremos de las labores de un olivar tradicional. Y la diferencia con los nuevos métodos de cultivo en seto. De cómo, tras la recogida, se suceden operaciones básicas que las hubieran hecho igual hace mil años, exentas de cualquier tipo de producto químico. La poda (con su posterior triturado de ramas que se incorpora a la misma tierra), desbrozar la hierba, eliminar a mano las pestugas…
Nos vemos de nuevo por aquí.
Heredad de la Añoreta
Doctor, 11
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